La fe en diálogo con el hombre




Conferencia de Monseñor Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger.
                                 
 En la Parroquia de Sta. Mª de la Amargura (Málaga).


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La fe en diálogo con el hombre.

Evangelización y compromiso con los pobres

Vamos a hablar de fe en diálogo, y eso nos obligará a discernir con quién hemos de dialogar, de qué queremos hablar, qué pretendemos con el deseado diálogo, qué caminos vamos a seguir para alcanzar lo que pretendemos. 

Los interlocutores: 

El argumento sobre el que se me pidió que reflexionase era “La fe en diálogo con otras religiones”. Eso significaba hablar de cristianos en diálogo con quienes, no siéndolo, buscan en la religión una respuesta a los enigmas de la condición humana1.

Intuí, sin embargo, que de ese diálogo no habían de quedar excluidos quienes en el ejercicio de su libertad han optado por no creer, o quienes dicen que, aun deseándolo, no pueden creer, y tampoco aquellos otros que se han adaptado pacíficamente a no creer, entiéndase a vivir como si Dios no existiera.

No digo que ateísmo, agnosticismo e indiferencia sean una forma solapada de religión, pero no dejan de tener puntos importantes de contacto con ella, pues también ellos dan una visión del mundo, también ellos dan una respuesta a las preguntas ineludibles de la existencia humana, y, aunque sólo sea para negarlo o para ignorarlo, también ellos dicen relación a Dios2.

Por otra parte, si a partir del siglo III de nuestra Era, los Padres de la Iglesia acuñaron la expresión “Extra Ecclesiam nulla salus”, y si cada una de las religiones puede legítimamente haberse aplicado a sí misma un principio semejante, “ante nuestra curiosa mirada, hoy aparece con diáfana claridad el fenómeno según el cual fuera del mundo, compuesto por todos nosotros, no hay salvación humana posible3. Y también como lugar de salvación el mundo empieza a tener color y sabor de religión.

De ahí que, poco en la forma, más en el fondo, haya modificado el título de esta reflexión, para dejarlo en “la fe en diálogo con el hombre”.

Cuando hablamos de “fe en diálogo”, hablamos de “fe cristiana”, y el primer significado que en este contexto adquiere para nosotros esa expresión, es el de “creyente cristiano” en diálogo con quienes no lo son. 

Fe, creencia, religión4: 

Con toda naturalidad, de forma consciente o inconsciente, en la fe cristiana reconocemos una religión y, con la misma naturalidad, asimilamos a las religiones de la tierra el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

En el enunciado que se me había sugerido para esta reflexión, “la fe en diálogo con otras religiones”, el adjetivo “otras”, que calificaba de cerca a las religiones interlocutoras de la fe, también, aunque de lejos, calificaba como religión a la fe.

Nuestra fe, o si se prefiere, la vida cristiana, tiene mucho en común con las religiones, pues aunque “se distingue de la simple creencia, sin embargo, no por eso la excluye, antes al contrario, la lleva en sí misma, no puede prescindir de ella5. Los cristianos, como los adeptos de toda religión, tenemos una doctrina, una sabiduría, unas normas morales, unos ritos, una tradición. También nosotros nos hacemos las preguntas a las que toda religión intenta responder6. Tenemos en común con ellas, además del “sentido religioso”, el esfuerzo por responder a las inquietudes del corazón humano7.

Los cristianos no podemos en modo alguno prescindir del “aspecto cognitivo del acto de fe”, por el que creemos en Dios y creemos lo que él ha revelado8. En realidad, no podemos no ser una religión. Es más, en Cristo se encuentra “la plenitud de la vida religiosa9.

Pero la fe cristiana, como la vida que por ella se nos da, establece con Dios unos vínculos que no son reducibles al ámbito de lo religioso. De ahí que, reconocido lo que nos une a las religiones de la tierra, habrá que resaltar lo que no compartimos con ellas, pues cuando hablamos de fe cristiana, hablamos de un nuevo nacimiento, de una vida que hemos recibido, de un modo de ser, hablamos de resurrección con Cristo, de glorificación con él, de comunión con él en un solo cuerpo, en un solo espíritu10.

Además de creer que hay un Dios –credere Deum- y de creer a Dios –credere Deo-, creemos en Dios –credere in Deo, credere in Deum-. Creer que hay Dios, creer a Dios, creer en Dios, “son tres actos que van encadenándose el uno con el otro, siguiendo una progresión necesaria. Únicamente el tercero, que supone e integra a los dos anteriores, caracteriza a la verdadera fe11.

Cuando yo creo en Dios, cuando yo le doy mi fe, cuando –en respuesta a su iniciativa- yo me confío a él desde el fondo de mi ser, se establece entre él y yo un vínculo de reciprocidad de tal naturaleza, que la palabra «fe» puede aplicarse a cada uno de los interlocutores. «La fe de las dos partes», escribió San Juan de la Cruz, no sin audacia, a propósito de la relación del alma creyente con Dios12.

Dicho con palabras del papa Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da a la vida un nuevo horizonte y, con ello, una orientación decisiva13. 

A la mesa del diálogo podremos llevar sólo lo que de nuestra fe y de nuestra vida podemos compartir con las demás religiones. 

Los límites del diálogo: 

Esos límites los señalará el contexto en que nos situemos o, mejor, el fin que nos propongamos alcanzar por medio del diálogo.

Si su finalidad es el control de la violencia que acompaña necesariamente las relaciones humanas14, el diálogo tenderá a gobernar esa violencia, a dirigirla, administrarla, controlarla15.

La historia es testigo de violencias innumerables que unos a otros nos hemos hecho en nombre de la religión. Controlar esa violencia que busca en las religiones justificación o atenuantes, es objetivo que todos hemos de perseguir, tarea necesaria para el bien de todos. Pero no dejará de ser para un cristiano un objetivo mínimo, que se queda muy lejos del mandato recibido de amar al enemigo, mandato que todo discípulo de Cristo debiera haber inscrito con caracteres indelebles en la memoria de su fe.

Se supone que antes de ponerme a dialogar con otro desde mi fe, la he asumido personalmente.

Antes de sentarme a la mesa de un diálogo cuyo objetivo fuese “controlar la violencia alimentada por la religión”, mi fe, no sólo me habría ya desarmado, sino que me habría impuesto la tarea ineludible del amor al enemigo y del perdón a quienes nos persiguen y calumnian. Quiero decir con ello, que para controlar mi violencia, antes de sentarme con otros a la mesa de un diálogo, he de sentarme como discípulo a los pies de Jesús de Nazaret.

En esa escuela cada cristiano ha de aprender a evitar la violencia que causamos. Y ése es un aprendizaje de toda la vida, pues nunca acabaremos de personalizar las exigencias de un amor llamado a ser en nosotros perfecto como el de Dios.

Me pregunto, por otra parte, si será posible que algún día veamos erradicada la violencia que padecemos. Podría preguntármelo desde la experiencia de las Iglesias; lo hago desde las palabras de Jesús en el evangelio: “Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!16. “Seréis odiados por todos a causa de mi nombre17.

Creo, sin embargo, que, cuando hablamos de “fe en diálogo con el hombre”, pretendemos mucho más que buscar un instrumento para alejar de nuestras relaciones la violencia. Los Padres del Concilio Vaticano II se propusieron fomentar la unidad y la caridad entre los hombres, también entre los pueblos, pues todos forman una comunidad, todos tienen un mismo origen, y todos tienen un mismo fin, que es Dios18.

Ese objetivo de fomentar la unidad y la caridad, al mismo tiempo que disponía a los hijos de la Iglesia para una relación nueva con las religiones no cristianas, les imponía unos límites que parecían insalvables, pues si se partía de “aquello que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad19, sólo se podía llegar a algo común: a reprobar “como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión”, y a rogar “a los fieles que, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los hombres20.

Con lo cual nos quedamos lejos de ver a la fe en diálogo con el mundo; sólo vemos a los creyentes en paz con todos los hombres. No es poco, pero no es suficiente.

Yo he de dialogar contigo, pero lo que en realidad deseo, lo que busco, no es que te encuentres conmigo sino con Cristo.

Mi fe, que no tiene pretensiones de conquista, tiene, sin embargo, vocación de comunicación.

He dicho “vocación”, palabra que, por remitir a Dios, que nos llama, remite a la obligación que la Iglesia tiene de anunciar a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida para todos21.

Esta vocación que, por ser de la Iglesia es mía, me expulsa de la mesa del diálogo. Me expulsa del diálogo con las religiones, porque todas se consideran en posesión de la verdad, todas tienen sus certezas a las que no pueden renunciar. Me expulsa del diálogo con el hombre de nuestra sociedad, a cuya mesa sólo se admite la comparecencia de un pensamiento junto a otros pensamientos22; esto podrá parecernos más o menos razonable, más o menos justo, pero es lo que hay; las palabras ya no son portadoras de verdades eternas, sino apenas transmisores caprichosos de una opinión entre otras; y los cristianos no podremos presentarnos ante les demás con la verdad formulada, sencillamente porque el hombre de nuestra sociedad no nos admitiría a su tertulia de opiniones yuxtapuestas, puede que enfrentadas, sin pretensión de verse compartidas23.

Mi vocación, la de anunciar a Cristo, me expulsa del diálogo con los indiferentes, pues no les interesa el anuncio que yo he de llevarles. Y, con más razón, me expulsa del diálogo con el ateísmo, diálogo que en el mejor de los casos, quedaría limitado a una contraposición de razones para negar la existencia de Dios o para afirmarla, aunque en realidad no deja espacio ni para eso: “Humanismo positivista, humanismo marxista, humanismo nietzscheano son, más que un ateísmo propiamente dicho, un antiteísmo, y más concretamente, un anticristianismo… Por opuestos que sean entre sí, sus mutuas implicaciones, escondidas o patentes, son muy grandes y tienen un fundamento común consistente en la negación de Dios, coincidiendo también en su objetivo principal de aniquilar la persona humana24.

Como ven, de la mesa de diálogo con el ateísmo contemporáneo, antes de que me expulsara mi vocación, me había expulsado la naturaleza misma de los humanismos ateos, el fundamento sobre el que se construyen –la negación de Dios-, y el objetivo que persiguen –la negación del hombre-.

A todo ello habría que añadir los límites que impone al diálogo la naturaleza de Aquel sobre quien deseamos dialogar: Dios. Me refiero a los límites que nos impone el misterio de Dios. Dios está escondido, más aún, Dios es un Dios escondido25. Y esto, que lejos de ser una simple deducción teológica, es una angustiosa experiencia existencial, más que a una mesa de diálogo con el hombre que no cree, nos sienta a la mesa generosamente servida del silencio de Dios26.

Cuando en este contexto hablamos de diálogo, ¿qué queremos decir? Para mí significa interpelar al hombre con la fuerza de las obras, lo que lleva consigo que traslademos el mensaje sobre Dios desde el ámbito de las opiniones sostenidas al ámbito de las certezas vividas. Obligadas al silencio las palabras, hablará con las obras el amor. 

En diálogo, al modo de Dios: 

Supongo que la revelación puede ser pensada como una forma de diálogo de Dios con el hombre. Supongo asimismo que la creación entera, los acontecimientos de la historia, la Sagrada Escritura, Jesús de Nazaret, son palabras importantes en ese diálogo por el que Dios, más que transmitir ideas, se dona en lo que dice, de tal modo que, el proceso de la revelación, no termina en una plenitud de conocimiento sino en una plenitud de donación, de comunión. En la cruz, donde el Hijo preguntará el porqué de su abandono, allí donde el proceso de la revelación parece terminar en pura oscuridad –oscuridad del conocimiento-, allí se dará la total donación, la perfecta comunión entre Dios y el hombre, comunión a la que, por la acción del Espíritu Santo, tiende la creación entera.

Ahora ya pueden imaginar la osadía: Si la fe busca un camino para ir al encuentro del hombre, parece apropiado que siga el que Dios ha recorrido hasta nosotros.

a) Dios se limitó para crearnos: 

Es éste un argumento que ha entrado en la normalidad del discurso teológico, y del que se pudieran resaltar muy variados aspectos. Aquí quiero fijarme en lo que nos pueda servir de referencia para nuestro deseado diálogo con el hombre.

La acción creadora establece una relación necesaria entre Dios y el hombre. Esa relación está sellada, marcada por el amor, de tal modo que el amor se nos ofrece como razón única para la acción creadora.

Pero el amor, si es auténtico “siempre se presenta acompañado de vulnerabilidad”, siempre “es precario y conlleva el riesgo del rechazo27, siempre impone limitaciones a quien ama. Y ésta es una primera y poderosa luz echada sobre el camino que la fe cristiana ha de seguir si quiere llegar al corazón del hombre que no la tiene; en su camino hacia el otro, el cristiano se hace vulnerable: camina en precario, se expone al rechazo, ¡ama!

Las palabras de un salmo pueden ayudarnos a precisar un poco más lo que queremos decir cuando hablamos de autolimitación de Dios en la creación

El salmista oró así: “¡No a nosotros, Señor, no a nosotros! Hazle honor a tu nombre, por tu lealtad y tu fidelidad…. Nuestro Dios está en los cielos e hizo cuanto quiso28 

Los ídolos son hechura de manos humanas. El Dios verdadero es creador; “lo que quiere, lo hace”; él hizo el cielo y la tierra29. En el salmo se dice que el cielo pertenece al Señor, y de la tierra se dice que el Señor se la ha dado a los hombres30.

En tu oración, confiesas que tu Dios, “lo que quiere lo hace”, y no te atemorizas, sino que confías. Dices que “tiene su santuario en el cielo”, y no te escondes, sino que bendices.

Confías y bendices, porque para ti tu Dios está limitado por su bondad, por su lealtad. Confías y bendices, porque tu Dios es tu auxilio y tu escudo.

En tu camino de creyente hacia el hombre, si no quieres que levante barreras el temor, ni siquiera las barreras de la devoción, habrás de encerrar el poder en los límites de la bondad y la lealtad. Si el otro encuentra en ti auxilio y escudo, podrás esperar que entre los dos se crucen un día palabras de bendición.
b) El Mesías Jesús se hizo siervo para redimirnos: 

Supongo que en la mente y en el corazón de muchos cristianos encontraría hoy una acogida favorable, ¿entusiasta?, la propuesta que Santiago y Juan hicieron aquel día a Jesús: “¿Quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?3.

Pero Jesús no era de la opinión: “Se volvió y los regañó32. Y alguien pensó que les dijo también: “No sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo del hombre no ha venido a destruir vidas humanas, sino a salvarlas33.

La glosa dice que el Mesías Jesús vino a salvar vidas humanas. Y ésa, la vida, es la meta soñada del diálogo del que aquí estamos hablando. Jesús expresó el mismo objetivo con otras palabras: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud34. Aquí, además de indicar la meta hacia la que se va, se indica el camino por el que se va: Para rescatarnos –ésa es la meta-, el Hijo del hombre se ha hecho siervo –éste es el camino-.

Puedes entender justamente que, haciéndose hombre, el Hijo de Dios se ha hecho siervo; pero no entenderías mal tampoco si considerases que, para redimirnos, el Mesías Jesús, el Dios hecho hombre, ha escogido, no el camino del humano poder, de la humana sabiduría, sino el de la humana debilidad, el de nuestra fragilidad, el de los últimos, el de los menores, el de los que sirven35.

Si ahora quieres concretar las formas de ese servicio, sólo tienes que recorrer las páginas de los evangelios; allí encontrarás los verbos de la acción de Jesús: Anunciar la llegada del Reino de Dios, enseñar, curar, bendecir, perdonar, buscar ovejas perdidas, monedas perdidas, hijos perdidos, liberar oprimidos, resucitar muertos, darse hasta dar la vida.

Alguien pudiera pensar que hemos entrado de lleno en el reino de la magia, en un tiempo de poderes liberados para rescatarnos. Pero no es así, y la Escritura del Nuevo Testamento nos lo recuerda de muchas maneras. El Mesías Jesús nos libera de nuestras miserias asumiéndolas en él: Vivimos con su vida, porque él muere con nuestra muerte36; somos justificados con su justicia, porque él ha cargado con nuestros pecados37; fuimos liberados de la maldición de la ley, porque él se hizo maldición por nosotros38; nos alcanzó su riqueza, porque él hizo suya nuestra pobreza39.

La forma de este diálogo de Dios con el hombre la representó el evangelista Juan en el lavatorio de los pies, primer capítulo del libro de la gloria del Mesías. Es tiempo de sabiduría: Jesús sabe que ha llegado su hora de pasar de este mundo al Padre; Jesús sabe que el Padre había puesto todo en sus manos; Jesús sabe que venía de Dios y volvía a Dios40. Es tiempo de amor total: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo41. Porque sabe y porque ama, Jesús “se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido42. Has visto bien: has visto a Dios a los pies del hombre, pues has visto a Jesús, al Maestro, al Señor, lavar los pies de sus discípulos.

Lo que antes llamé ‘osadía’, aquí se nos muestra como mandato que recibimos de aquel que se abajó a nuestros pies para lavarlos: “Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

Se comprende que el mandato no recae sobre la acción de lavar los pies o lavarse –ésa es una cuestión de higiene-, sino sobre lo que Jesús ha hecho con los discípulos, que es una cuestión de amor y de comunión: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo43.

A la meta, que es la vida ofrecida, que es el encuentro deseado, que es la comunión buscada, se va por los caminos del servicio, del anonadamiento, del amor.
c) La Eucaristía, icono del diálogo de Dios con el hombre: 

La Eucaristía es memoria verdadera, real, objetiva, del Mesías Jesús. El pan que comulgas consagrado en este sacramento es el Cuerpo entregado del Señor. El cáliz que se te ofrece para que bebas de él, es el de la Sangre de Cristo, Sangre de la alianza nueva y eterna, derramada por todos para el perdón de los pecados. La gracia que en estos misterios se nos ofrece es la misma que el Padre ofreció al mundo cuando por amor nos dio a su Hijo: La vida eterna, el encuentro con Cristo, la comunión con él.

Si la verdad del sacramento representa –hace presente- el anonadamiento de Cristo, el signo sacramental, la humilde forma del pan sobre la mesa de la comunidad, nos recuerda el camino que ha recorrido hasta nosotros la Palabra, la Luz, la Vida que viene de Dios: se hizo hombre, se hizo pobre, se hizo maldición, se hizo nuestro Pan. 

Hombres y mujeres en camino con Cristo: 

El creyente cristiano, en su camino hacia el que no cree, si quiere ir más allá del diálogo que gobierna y encauza la violencia de los hombres, ha de hacer cesión de derechos al amor.

Sin demasiada sorpresa descubrimos que el interlocutor del amor cristiano, aquel hacia quien vamos, y a quien al comienzo de esta reflexión hemos identificado como “el hombre”, en realidad es sólo el pobre: el que necesita que le laven los pies, el que necesita que le perdonen, el que necesita que le curen, el que necesita que le amen, el que necesita que alguien se acuerde de él.

El otro, el satisfecho, ni nos espera ni nos admite. Para él, el nuestro no sería un evangelio sino un fastidio, y a su puerta nosotros sólo seríamos un incordio.

En la sinagoga de Nazaret, Jesús leyó aquel texto del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor44. Y, en homilía tan corta como escandalosa, dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír45.

El Espíritu del Señor unge y envía para que llevemos la buena noticia a los pobres. De alguna manera, esa unción nos hace de los pobres y nos hace pobres. Y sólo el amor de Dios, que nos empobrece y envía, tendrá fuerza para deslizarse también por las rendijas del alma de quien ni nos espera ni nos recibe. Por decirlo de otra manera: quien nos envía a los pobres, a través de los pobres nos está enviando también a quienes todavía no saben que lo son.

Sabemos de quién somos enviados. Sabemos a quiénes somos enviados. Pero será necesario discernir a la luz del Espíritu del Señor cuál es la buena noticia que hemos de llevar a los pobres. No tendría sentido que ofreciésemos la vista a un cojo o la movilidad a un ciego.

Espero que empecéis a intuir el sinsentido de una comunidad eclesial encerrada en las fronteras de sus ritos y sus dogmas, y ajena a las necesidades del mundo que la rodea.

Reconocimiento de los pobres y discernimiento de pobrezas no son una estrategia obligada de evangelización para la Iglesia de Tánger, sino vocación y misión de todas las Iglesias. En el camino de los pobres no nos ponen las leyes antiproselitismo de los reinos de este mundo, sino la unción del Espíritu del Señor y su santa operación.

Si eso es así, lo que hemos de llevar a los pobres, la buena noticia que para ellos se nos ha confiado, no es algo que se haya determinado de una vez para siempre, ni siquiera algo que se pueda determinar de hoy para mañana; lo hemos de discernir hoy para hoy: para este tiempo, para este lugar, para estas circunstancias, para estas pobrezas, para estos pobres.

No creo engañarme si digo que a los cristianos, los hombres de la modernidad, ese hombre con el que supuestamente deseamos dialogar, nos han conocido sobrados de ritos, de dogmas, de normas morales, y no nos encontraron portadores de libertad, de vida, de luz, de gracia, de alegría y de pan. La autoridad que en la conciencia del hombre moderno han adquirido las propuestas de positivismo, nihilismo, marxismo, se la hemos dado nosotros con nuestra deserción del evangelio de Cristo.

El primer paso que ha de dar la fe en busca de diálogo con el hombre, es un paso hacia los pobres, y, condición indispensable para ello, es un paso hacia la pobreza. No dejamos de mirar a quién hemos de ir, ni podemos olvidar cómo hemos de ir. Y en materia tan ardua, los ojos se vuelven necesariamente al Creador que se limita para que sea lo creado, al Redentor que se abaja para que sea enaltecido lo redimido.

Me pregunto hasta dónde estoy dispuesto a llegar en este proceso de autolimitación, de abajamiento, de empobrecimiento, de acercamiento a los pobres, de diálogo con el hombre. Porque de eso se trata: no de debate intelectual, no de foro de diálogo cultural o religioso, no de tertulia entretenida, sino de bajada al infierno de los últimos, de abrazo a la limitación, al abajamiento, a la pobreza, que son los caminos que el amor de Dios ha escogido para ir al encuentro del hombre. Si hemos entrado por esos caminos, ya podremos aplicarnos al discernimiento de la buena noticia que hemos de llevar a los pobres.

El texto del profeta, que Jesús declaró cumplido aquel día en la sinagoga de Nazaret, hablaba de “proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, poner en libertad a los oprimidos, proclamar el año de gracia del Señor”. Cualquiera de los evangelios nos puede guiar en esta búsqueda de nombres concretos para la acción de evangelizar a los pobres. El camino de Jesús es un camino entre pobres: Hace callar al espíritu inmundo y lo expulsa46, increpa a la fiebre y la hace pasar47, cura a los enfermos de diversas dolencias48, extiende la mano sobre un leproso y lo limpia de la lepra49, perdona los pecados y hace caminar a un paralítico50.

Come con publicanos y pecadores, que es una manera de sanar enfermos y rescatar vidas51. Perdona a la mujer sorprendida en adulterio52, y a la que entró con su frasco de alabastro en el banquete de Simón53. Y ofrece el paraíso a un ladrón que, crucificado con él, sólo puede aducir su pobreza para que el Señor se acuerde de él54.

El que dijo: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos, y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos55, es el que ha querido tales comensales en el banquete del Reino de los cielos.

Intuyes que es necesario el acercamiento a los pobres, el discernimiento de las múltiples formas que asume la pobreza, la búsqueda de posibles respuestas a las necesidades que hayas detectado; pero algo te dice que eso, siendo noticia necesaria, no es todavía la buena noticia. La buena noticia, más que la liberación, es el que te libera; más que la curación, es el que te cura; más que la vista recobrada, es el que te abre los ojos, más que la vida que recibes, es el que te la da: ¡El evangelio es Cristo Jesús! 

Las ambigüedades del camino: 

El trasfondo necesario de este camino de Cristo y de la Iglesia es el amor: El amor que es Dios56; el amor con que el Padre Dios nos entrega a su Unigénito para que tengamos vida57; el amor con que este Unigénito se ha entregado, como Pan del cielo, sobre la mesa de los pobres; al amor con que la Iglesia se entrega a los pobres para darles la vida, para darles a Cristo.

Ese amor, aun siendo razón de todo en la evangelización, no puede, sin embargo, eliminar las ambigüedades del camino. Jesús mismo fue víctima de la ambigüedad de los signos que hacía, y lo hizo notar cuando dijo: “Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros58.

Por su misma naturaleza, lo que hagamos para llevar la buena noticia a los pobres está condenado a la ambigüedad: Queremos que vean a Cristo, y puede que sólo consigamos que vean nuestro poder; queremos que busquen a Cristo, y puede que sólo los movamos a buscar un pan barato y abundante; queremos que descubran la soberanía del amor, y puede que sólo estemos alimentando viejas formas de egoísmo.

Porque somos conscientes de ello, nos sentimos obligados al discernimiento. Necesitamos discernir la calidad del amor, la verdad de nuestra identificación con Cristo, la verdad de nuestra vida en Cristo. Necesitamos vivir en discernimiento, de tal modo que nuestro testimonio de Cristo, por ser cada vez menos ambiguo, se haga cada vez más eficaz. Que todo nuestro ser lo señale a él como buena noticia de Dios: Él es la libertad, él es la luz, él es la resurrección y la vida, él es nuestra paz.

Conclusión: 

La encierro en pocas palabras. Un camino, tal vez el único, que considero viable para que la fe vaya al encuentro del hombre de hoy, es el de la limitación y el abajamiento, el de la pobreza abrazada como forma propia de nuestra misión, el de la cesión de derechos al amor, el de la identificación con Cristo hasta que deje de ser yo quien viva y sea él quien viva en mí.

Que los pobres vean en nosotros a Cristo. Y que vean en Cristo la buena noticia de Dios.

Gracias.

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1 “¿Qué es el bien y qué es el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?”: CONCILIO VATICANO II, Declaración Nostra Aetate (= NAe) 1.

2 «A través de un largo desarrollo, que no es menester seguir detenidamente ahora, (Wolfhart) Pannenberg explica cómo de esa “constante” religiosa puede el ser humano desentenderse reflejamente, mas ella late ya en “la apertura del hombre al mundo”, en la consiguiente experiencia de “la autotrascendencia” y en “la confianza fundamental que soporta nuestra vida”. De suerte que “la dimensión religiosa se da también en el hombre que se comprende a sí mismo irreligiosamente»: J. L. R. DE LA PEÑA, Una fe que crea cultura 104.
Por otra parte, es difícil substraerse a la impresión de que el ateísmo moderno niega a Dios para rendir culto al dios que es el hombre. Interpretando el pensamiento de Ludwig Feuerbach, escribió H, De Lubac: “Si la divinidad de la naturaleza es la base de todas las religiones, incluso del cristianismo, la divinidad del hombre es la meta final. La evolución de la historia será el momento en que el hombre tenga conciencia de que el único Dios del hombre es el hombre mismo. ¡Homo, Homini Deus!”: HENRI DE LUBAC, El drama del humanismo ateo (Madrid 2008) 25 (Obra publicada en Francia en 1944).

3 GUILLEM MUNTANER, La novedad como estímulo. Vicisitudes de la sociedad y de la religión en una época nueva (Estella/Navarra 2005) 57. Véase el epígrafe Fuera del mundo no hay salvación, en E. SCHILLEBEECKX, Los hombres relato de Dios (Salamanca 1995) 29-41.

4 Argumento desarrollado por H. DE LUBAC, en La fe cristiana (Salamanca 2012) 134-178.

5 H. DE LUBAC, La fe cristiana (Salamanca 2012) 149.

6 Cf. NAe 1.

7 Cf. NAe 2.

8 Cf. H. DE LUBAC, La fe cristiana (Salamanca 2012) 153.

9 NAe 2.

10Llegar a ser cristiano no era (en la antigüedad), como se dice hoy algunas veces, «adherirse a valores trascendentales». Convertirse no era sólo abandonar doctrinas erróneas para incorporarse a la enseñanza verdadera ofrecida por la Iglesia: era esencialmente renunciar a Satanás para adherirse a Cristo o, como decía san Justino, abandonar los ídolos para consagrase por medio de Cristo al Dios no engendrado; era, como decía Hermas en su lenguaje tan rico en imágenes: apostatar del ángel del mal para seguir al ángel de justicia y vivir para Dios… Convertirse era «volverse hacia el Dios vivo»”: H. DE LUBAC, La fe cristiana (Salamanca 2012) 144-145.

11 H. DE LUBAC, La fe cristiana (Salamanca 2012) 142.


12 H. DE LUBAC, La fe cristiana (Salamanca 2012) 148.

13 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 1.

14Desde que el hombre viene al mundo y ocupa su lugar en él, su deseo choca con el deseo de los demás, lo que comporta, ineluctablemente, rivalidad, envidia y violencia. Así la violencia marca las relaciones humanas, está presente en todo encuentro, en todo diálogo entre los seres humanos”: J. LEVRAT, La force du dialogue (Rabat 2003) 23.

15 El diálogo “se sitúa en la línea del esfuerzo de la razón, y de la palabra, por dominar la violencia y precisar las reglas de una vida democrática y de una cohabitación fraterna. Pero en ningún caso el diálogo del que vamos a hablar tendrá como objetivo negar, rechazar o camuflar la violencia. Al contrario, el diálogo debe permitir que las fuerzas vivas que atraviesan el mundo emerjan, se orienten de manera constructiva, y no destructiva”: J. LEVRAT, La force du dialogue 29.

16 Mt 10, 24-25.

17 Mt 10, 22.

18 Cf. NAe 1.

19 NAe 1.

20 Cf. NAe 5. Un ejemplo de lo que es esta convergencia en lo común lo ofrece el comunicado conjunto emitido tras la reunión extraordinaria del Comité de Enlace islamo-católico, celebrada en Roma el 10 de julio de 2012, bajo la presidencia del cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, y del profesor Hamid bin Ahmad Al-Rifaie, presidente del Forum Islámico para el Diálogo. La noticia de la agencia Zenit rezaba así:
« Avec l'aide de Dieu, le Comité de liaison islamo-catholique a tenu sa 14e rencontre au Vatican, ce qui correspond au 7-9 Jumada le 2, 1429 H ».
Le thème de la rencontre était : « Chrétiens et musulmans en tant que témoins du Dieu de justice, de paix et de compassion, dans un monde souffrant la violence ».
« Le thème a été traité d'un point de vue religieux, selon l'enseignement de nos deux traditions religieuses », indiquait le communiqué, en anglais et en arabe, qui citait les cinq points qui ont rencontré un accord.
Le premier point concernait la dignité humaine : « De la dignité inhérente à tout être humain jaillissent des droits et des devoirs ».
Le deuxième point concernait la justice et la paix : « La justice est une priorité dans notre monde. Elle requiert, au-delà de la mise en œuvre des mesures légales existantes, le respect des besoins fondamentaux des individus et des peuples, par une attitude d'amour, de fraternité, et de solidarité. Sans justice, il ne peut y avoir de paix durable ».
A propos de la paix, le troisième point affirmait : « La paix est un don de Dieu et elle requiert aussi l'engagement de tous les êtres humains, et en particulier les croyants, qui sont appelés à être des témoins vigilants de la paix dans un monde frappé par la violence sous de nombreuses formes ».
Pour ce qui est de la compassion, le quatrième point déclarait : « Chrétiens et musulmans croient que Dieu est plein de compassion, et par conséquent, ils considèrent de leur devoir de manifester de la compassion envers toute personne humaine, spécialement les nécessiteux et les faibles ».
Enfin, le cinquième et dernier point de ce communiqué touchait la « fraternité » dans la « famille humaine » : « Les religions, si on les pratique authentiquement, contribuent effectivement à la promotion de la fraternité et de l'harmonie de la famille humaine ».
Les membres du comité avaient été reçus par Benoît XVI, « qui les a encouragés à continuer leur engagement à promouvoir la justice et la paix ».

21 Cf. NAe 2.

22 «Hemos de aprender a no ser más que una voz entre otras, a tomar la palabra en una sociedad plural en sus creencias y en sus opciones ideológicas”, palabras de una religiosa francesa citadas en B. SESBOÜÉ, ¡No tengáis miedo! Los ministerios en la Iglesia hoy, 75.

23 “Pienso que esta nueva postura básica, que tan decididamente antepone la propia individualidad particular, con su mundo de perspectivas limitadas a la perspectiva racional universal, es el núcleo de lo que algunos diagnostican hoy como «postmodernidad»”: M. KEHL, ¿Adónde va la Iglesia? Un diagnóstico de nuestro tiempo. Presencia Teológica 88 (Santander 1997) 27.

24 HENRI DE LUBAC, El drama del humanismo ateo (Madrid 2008) 10.

25 Is 45, 15.

26 Cf. Istituto Paolo VI, Notiziario n. 63, Inediti e rari di Paolo VI: Itinerario dell’uomo moderno a Dio. (Comentario de MICHAEL PAUL GALLAGHER). Ésta es la primera anotación que se encuentra en el inédito: “Dio è nascosto – Deus absconditus – cfr nella letteratura Moeller: il silenzio di Dio – perchè oggi più di ieri – si parla della morte di Dio – Dios no muere.

27 IAN G. BARBOUR, El encuentro entre ciencia y religión. ¿Rivales, desconocidas o compañeras de viaje? (Santander 2004) 238.

28 Sal 115, 1. 3.

29 Cf. Sal 115, 15.

30 Cf. Sal 115, 16.

31 Lc 9, 54.

32 Lc 9, 55.

33 Véase Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, nota a Lc 9, 55.

34 Mc 10, 45.

35 Cf. J. I. GONZÁLEZ FAUS, La Humanidad Nueva. Ensayo de Cristología (Santander 1984) 185-206.

36 Cf. 2 Cor 5, 15: “Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos”.

37 Cf. 2 Cor 5, 21: “Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros legáramos a ser justicia de Dios en él”. En Rm 8, 3 se expresa algo semejante: “Lo que era imposible a la ley, por cuanto que estaba debilitada a causa de la carne, lo ha hecho Dios: enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne”.

38 Cf. Gál 3, 13: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición”.

39 Cf. 2 Cor 8, 9: “Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”.

40 Cf. Jn 13, 1. 3.

41 Jn 13, 1.

42 Jn 13, 4-5.

43 Jn 13, 8.

44 Lc 4, 18-19.

45 Lc 4, 21.

46 Cf. Lc 4, 33-35.

47 Cf. Lc 4, 38-39.

48 Cf. Lc 4, 40-41.

49 Cf. Lc 5, 12-14.

50 Cf. Lc 5, 17-26.

51 Cf. Lc 5, 27-32; 18, 9-14; 19, 1-16.

52 Jn 8, 3-11.

53 Cf. Lc 7, 36-50.

54 Cf. Lc 23, 39-43.

55 Lc 14, 13-14.

56 Cf. 1 Jn 4, 8.

57 Cf. Jn 3, 16.

58 Jn 6, 26.